Poema 677: El Sexo en Tiempos del Románico

El Sexo en Tiempos del Románico

Hay una pequeña expectación en la espera,

rostros amables, algunos conocidos,

una sorpresa mayúscula, una ilusión

una cumbre de maravilla en la vida fugaz.

Durante eternos minutos el hombre uniformado

ejerce su pequeña tiranía en el acceso

ajeno al trasfondo de potencia argumentativa

del Sexo en Tiempos del Románico.

Fluye la luz y la palabra de la autora-divulvadora

esa voz tan reconocible y ya doméstica:

–¿estará nerviosa? –, susurras intrigada

mientras comienza el diálogo cómplice.

Isabel proyecta diapositivas explícitas

funde la piedra con la ostentación de la estirpe,

derriba sesgo a sesgo la toxicidad masculina

con la complicidad erudita de su interlocutora.

–Mansplaining de libro–, dices mientras habla y habla

el hombre que en realidad no quería preguntar nada.

La autora responde con paciencia infinita:

ha desgranado pruebas fehacientes,

ideas permeables a todo tiempo histórico,

fuentes, documentos, una realidad oculta,

vulvas resucitadas tras su paso por el reino vegetal,

y un torbellino de referencias eruditas

en la dificultad inmensa de cambiar mentalidades.

Poema 577: Retazos lectores

Retazos lectores

Leo a sorbos, como quien degusta un Martini,

un poema aquí, un capítulo ligero o un relato,

el artículo intenso de una contraportada

o aquel que nada dice ni sugiere.

Llevar un libro siempre me asegura belleza,

la posibilidad de un instante de paz

poder encontrar un lugar lector en un parque,

una evasión en toda regla del mundo.

Probablemente saldrá una idea o un cúmulo de ellas,

una forma de viaje interior, ya universo,

un orden semejante al del sueño reparador.

Un libro es una compañía silenciosa y prudente,

la atracción de la soledad, una promesa

de intimidad intensa, intrínseca y discreta.

Ese retazo lector es un imán de otras lecturas,

de ideas que aún no has reordenado

y cual campo magnético

se erizan en posición de combate.

Paseas con un libro tarareando Ma Solitude,

hasta que hallas un banco público

para tu colección de lugares propicios a la lectura.

El día tiene ese otro esplendor.

Poema 329: El lector desubicado

El lector desubicado

Sentado sobre las piedras de la rotonda

de acceso al gran centro comercial

gusta de ser visto fugazmente,

de la duda sobre el libro que lee,

de los adjetivos que se filtran por las ventanillas

de los coches que giran hacia la alienación.

En un acantilado mirando al mar

se recrea en un poema entre las gaviotas,

levanta la vista para imaginarse a sí mismo

a vista de pájaro entre los versos de Margarit.

En la piedra-mesa del cordel de la cañada

despliega su libro místico-bucólico,

imagina a los pastores mudos por el paisaje:

la vasta extensión de las tierras de la Extremadura.

Allí fue saciado su apetito

o yació junto a la vaquera de la Finojosa.

En medio de un trigal en sazón al caer la tarde,

a resguardo de todas las miradas,

mecido por la brisa que hace ondear las espigas,

lee a Kafka, se convierte en insecto,

despliega las alas de su imaginación.

Sentado en borde de la piedra tallada de un caño,

ajeno a los turistas y curiosos

que se asoman para ver la portada blanca

el nombre de la autora escrito en rojo,

el lector se concentra en los preparativos

del advenimiento republicano del treinta y uno.