Poema 400: Se nos mueren los ídolos

Se nos mueren los ídolos

Murieron Batiatto y un señor

que se llamaba Leonard,

y las letras dejaron de tener sentido.

Cuántas veces pensé que Lorca

habría sentido escalofríos de placer

al escuchar el pequeño vals vienés

con voz ronca y afinada.

Se fue Javier Marías sin darse apenas cuenta,

¿o fui yo quien lo consideraba inmortal todavía?

Y la reina de reinas, la longeva,

y con ella la autoridad palaciega.

Godard los sobrevivió unos días

espléndidos del mes de septiembre.

Compré sus casettes casi sin dinero,

escuché que el hijo era distinto del padre,

me desperté en primavera

y supe de la estación de los amores.

Descubrí presunta información en los rostros

como los miraba Jacobo Deza.

No me olvido de Almudena, ni de Joan,

ni de Brines.

Es el fin de un ciclo vital, cultural,

de voces y plumas elegidas;

quizás siempre fue así y solo la edad (mi edad)

se mezcla de nostalgia y luto.

Quedan las obras y quedan los vivos,

y el prodigio democrático de tantas redes

capaces de difundir pequeñas maravillas.

Nos han dejado ideas, hilos, música,

vértices sobre los que tender cabos y búsquedas,

la sensación de que nos adentramos en la senectud

y una cierta orfandad estética y de pensamiento.