
God Save The Queen
El roce mediático convierte en lugar común
cada acontecimiento extraordinario,
rebaja el sentido auténtico, lo envilece,
la fiesta la organiza el menos capacitado.
Poder judicial, aceleradores de partículas
o agujeros negros,
todo está al alcance de un comentarista:
bastan unas páginas leídas en diagonal
tras una búsqueda de pocas palabras.
La serie de Netflix está a un click del mando,
lo que dice el guion es una verdad histórica
mucho más importante que un tratado
o el análisis sesudo de un historiador.
Las anécdotas suplen a los severos aconteceres,
un opinador profesional cobra por picos de audiencia,
levanta polvaredas en connivencia con un homólogo,
descalifica o alaba según pacto previo.
El circo mediático es de gran belleza visual,
imágenes icónicas, tres cuartos de siglo
desfilan en todas las pantallas
nadie quiere perder la instantánea de Buckingham Palace:
yo estuve allí en ese acontecimiento.
La fantasía y los privilegios familiares
hacen comulgar a las mentes más gregarias,
despiertan la imaginación y los sueños o deseos
administrados con astucia por el poder establecido.
La reina ha muerto, cuándo o cómo
es objeto de especulación mediático-popular,
el baile del lujo y el boato acaba de comenzar:
un réquiem, un castillo, una abadía histórica,
una útil distracción para la vida cotidiana al alza.
