¿Dónde habitan los poetas?
Donde habitan los poetas hay luz.
El espacio y el color no cuentan,
eso es prosa, es linimento, yeso
con molde, colección de risas enlatadas.
El poeta vive en ciento cuarenta caracteres,
en el banco de un parque urbano en primavera,
desayuna una porra combada, observa,
vuelve a observar y depura palabras y gestos.
El poeta mezcla y desordena, se enseñorea
de una agencia de publicidad, es un medio-centro
que reparte y elige y perturba y enmascara,
semidiós altivo rodeado de conseguidores.
El poeta vive en un sexo henchido,
colma su deseo y lo encumbra, suspende el tiempo,
medita acerca de la nada y sus derivas,
convierte tu piel en una espiral de vida.
El poeta desbarata el ático en el que vive,
ignora la estética ordenada del vecino,
atisba un tatuaje y lo convierte en arte,
a un pájaro negro, lo convierte en mirlo.
El poeta escribe los discursos políticos,
transgrede los límites de los manuales,
pernocta en una iglesia visigótica,
contempla los contrafuertes tan propicios.
El poeta sigue la estela del caracol,
añora su baba cicatrizante, inhala
el perfume de una rosa decadente,
se deja engañar por el brillo de un dorado.
El poeta detesta las palomas carroñeras,
visita los elefantes enjaulados, lejos
de su selva, confunde las cebras con leones,
se hospeda en el hábitat del gorila humano.
El poeta vive en la volatilidad de un verso,
cabalga desaforado en una carga ligera,
cuando llega a su casa, armoniza una cena,
quizás después hará llover sobre su alma gemela.

