
Sendas volcánicas
Dentro del cráter surge la duda:
¿qué harías si esto empezara a temblar?
Dice la lógica, que lleva veinte mil años en reposo,
que cientos de miles de personas han pisado allí,
pero el atávico miedo a la erupción volcánica
permanece en algún lugar recóndito de mi cerebro.
Las imágenes que puedo recrear son ficción
o realidad a través de un objetivo:
soy el dueño absoluto del desastre,
del color rojo vivo de la lengua de lava imparable.
En los tubos volcánicos impera la música New Age,
el sonido del viento mezclado con agudas notas de violín
y los graves lamentos del contrabajo.
Me acerco al trance, a la geometría de la lava,
estafilitos, chimeneas, el azar del discurrir hacia el mar,
unas condiciones no aptas para la vida.
Los caminos humanos se abren entre los basaltos,
dividen la tierra baldía, conducen al epicentro
localizado con círculos triláteros;
allí uno se empequeñece y observa las formas descomunales,
la elevación del interior de la corteza terrestre,
el juego de presiones y temperatura que conduce
a la renovación estructural de las condiciones iniciales.


