
El lector desubicado
Sentado sobre las piedras de la rotonda
de acceso al gran centro comercial
gusta de ser visto fugazmente,
de la duda sobre el libro que lee,
de los adjetivos que se filtran por las ventanillas
de los coches que giran hacia la alienación.
En un acantilado mirando al mar
se recrea en un poema entre las gaviotas,
levanta la vista para imaginarse a sí mismo
a vista de pájaro entre los versos de Margarit.
En la piedra-mesa del cordel de la cañada
despliega su libro místico-bucólico,
imagina a los pastores mudos por el paisaje:
la vasta extensión de las tierras de la Extremadura.
Allí fue saciado su apetito
o yació junto a la vaquera de la Finojosa.
En medio de un trigal en sazón al caer la tarde,
a resguardo de todas las miradas,
mecido por la brisa que hace ondear las espigas,
lee a Kafka, se convierte en insecto,
despliega las alas de su imaginación.
Sentado en borde de la piedra tallada de un caño,
ajeno a los turistas y curiosos
que se asoman para ver la portada blanca
el nombre de la autora escrito en rojo,
el lector se concentra en los preparativos
del advenimiento republicano del treinta y uno.


