Poema 376: Antífona

Antífona

En la nebulosa Roseta se abre una vésica piscis

un origen del mundo, un vértigo,

el ojal por el que se cuela una antífona medieval

el canto de dos coros que se alternan.

Es un día de abril en el que las flores

se han encogido por el frío y Nora Jones

deja un poso extraño y triste en los ojos.

La música se eleva en volutas, se mezcla

con trinos de pájaros, vehículos nada silenciosos

y algunas palabras que captas en otro idioma.

Aquellos monjes, que escuchaste con devoción

ya octogenarios entonces,

hace años que habrán muerto;

apenas quedará vestigio de su memoria

y desaparecerán sus voces como la imagen

que nos está llegando a impulsos eléctricos

del cúmulo molecular.

La repetición produce tristeza en su monotonía

pero también paz interior,

ausencia de deseo y de dolor,

un estado apacible en el que recibes el todo

como una caricia que ya nadie te regala.

En esta espera monocorde puede que llegue un resurrexit

la alegría de quien se introduce por la espiral galáctica

y conoce por fin los secretos del interior del universo.