Los más perversos de las naciones
Las columnas de los soportales se curvan,
se deforman en los extremos de mi campo de visión
el color rojo con el que se exhiben los cardenales
contrasta con las gárgolas de fría piedra.
El diablo está presidiéndolo todo, me engaña,
me desorienta, ahora es naranja se camufla
camaleónicamente; su olor a azufre tópico
se alterna en mi pituitaria con lavanda fresca.
Prokofiev. Miedo, El ángel de fuego, nada es cierto,
sueño, clamor, la multitud gritando:
“et quiescere faciam superbiam potentium”
sudor, inquietud, un picado de la cámara vertiginoso.
Por eso traeré a los más perversos de las naciones,
la ignominia penetra con profundidad en el cortejo,
consciente de la vanidad representada, del disfraz
de modestia y humildad, el coro vuelve a resonar.
Ha adoptado una forma de súcubo de incandescente
belleza, sinuosa se mueve al compás de Rita Hayworth
Put the blade on Mame; la orquesta ordena
el ritmo cardenalicio en un plano de fondo.
Bernini. Fría tarde de marzo, se acercan los idus,
el cónclave, Belcebú asedia los privilegios de la curia,
amplifica los gritos renovadores de base,
confunde con tentaciones cinematográficas
los designios divinos irradiados al orbe entero.