Poema 23: Urracas

                  Urracaspicapica29

Nadie canta en un coro del siglo quince,

bóvedas de poliuretano, almohadas magrebíes,

luces led en una catacumba,

un violín eléctrico que toca solo.


Las urracas dominan la carretera,

sus voces permanecen en el aire

sin desvanecerse, solo un coche

altera su presencia,

finis orbe, gritan las cornejas,

el coro de siete voces desentona

en esta discoteca plagada de aminoácidos.


Tallis, fecunda el gorjeo febril,

la paz del serrallo en perpetua duda,

volátil la nota, monocorde el resultado,

ácido posmoderno en una película,

alterno la sombra de un vampiro

con el elegante vuelo del superhéroe.


La paz de las maricas es un lapso

en la guerra de los coches que violentan

el aire, ondas, vórtice, un radar

en medio de la niebla hecha jirones.


¿Dónde está el bidón encendido?

La puesta de sol dolorosa es un cuadro

de El Greco; amanece y la red se llena

de fotos esplendorosas del cielo fractal.


El mundo es un lugar compartido y ecléctico,

la lenta continuidad deforma la percepción,

el vértigo me mira directamente a los ojos,

me transmite en 3-D un holograma

de un espacio placentero infinito, sin dios.

Las Urracas han descompensado el hábitat,

morirán de éxito en despiadada veda.

fractal


Poema 22: Deambular en la niebla

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Camino atravesando distintos planos temporales,

hoy conectados por una niebla sólida y húmeda

a través de la cual llegan sonidos conocidos

algunos atemporales: campanas, gritos de niños.

Al pasar al lado del cráter enorme lleno de agua

verdosa, se hace el silencio, un silencio lúgubre;

retrocedo sin saberlo en mi memoria, tratando

de recordar la siniestra historia de un ahogamiento,

una vida segada en un atrevimiento inconsciente,

valor, ausencia de modelos con más éxito evolutivo,

quizás la competencia incipiente entre machos

de una sociedad en la regresión de posguerra.

Mi voz algo ronca me devuelve al tiempo actual,

en tanto que divago sobre la transmisión futura

de esa historia que quizás no contaré a mis hijos,

un relato perdido en un lavajo que trato de evitar.

Me asomo a otro tiempo y lugar, una traslación

permitida por mi mente caminante, el presente

voraz, la melancolía, los contornos difuminados

y amenazadores de mi mundo siempre en equilibrio

frágil, hoy por fin sin prisa decido la aventura

de llegar hasta el monte oscuro, de bucear

en mi miedo, de desnortarme unos minutos,

quizás horas, atravesando campos a la contra.

Cuando al fin encuentro el camino, aflora mi sonrisa:

he entrevisto las huellas del lobo, de las aves

en los sembrados ya helados, he deambulado

sopesando mi reacción ante el ataque sorpresivo

de un animal, desarmado y solo, la carrera

como reacción instintiva y seguramente errónea,

una vida en la que no he aprendido nada

sobre la supervivencia primaria en la naturaleza.

Mi mirada busca piedras, palos, árboles;

nada ha cambiado en milenios.

El calor de la marcha y el ejercicio elevan

mi percepción nueva del entorno ya conocido:

decido en un acto poético-amoroso, fotografiar

la niebla, captar la esencia de la fría tarde

con la luz filtrada, de una hermosura inhabitual,

la felicidad de ese instante recién revelada

y fugaz, cual sonrisa entrevista, cual belleza

interior reconocida en un semblante amado.

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Poema 21: Cólera

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Amaneció lejos del poblado, aún encolerizado;

de un tiro certero con su honda, en la que cargó

toda la rabia que llevaba encima, destripó un pájaro

enorme al que churruscó como desayuno.

Todo en él era actividad febril, músculos tensos,

algunos bufidos de animal rabioso; control,

sabía respirar, dejar que el vacío le poseyera poco a poco

mas en unos instantes una fuerza interna primitiva

volvía a posesionarse de él. Disparó varias flechas

innecesarias, hasta que rompió el arco.

Ella lo había exasperado, no entendía muy bien cómo, ni por qué,

era algo que debía estar dentro de su naturaleza de hombre simple,

un hueco en su cabeza más allá de la caza y del sexo.

Quizás tuviera que ver con la supervivencia, una herencia

desconocida pero no inútil; algo le decía que no se le pasaría

hasta que se enfrentara a su cuerpo con un abrazo rabioso.

Volvió ceñudo, a grandes zancadas; ella al verlo venir así,

supo lo que tenía que hacer: primero se mostró públicamente sumisa,

después en el interior de su cabaña lo recibió con su cuerpo

amoldándose a las embestidas furiosas, acunándole el alma.

Ella lo mordió y lo arañó, disfrutó del placer único de su furia

durante horas, aplacó con todo su cuerpo la cólera acumulada,

la fuerza desatada del macho dominante y primigenio.

Sólo su propia sangre y un agotamiento supino lograron calmarlo.

Aún tenía fuego en los ojos, pero también un brillo de satisfacción

en la sonrisa esbozada al enfrentar su mirada con la de ella;

sus cuerpos tardarían días en recuperarse de aquella batalla sexual.

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Poema 20: Una sombra

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Una sombra ha cruzado fuera

de mi campo de visión, muerte, eros,

quizás un dron, juguete de un niño oculto,

tal vez ánimas o ángeles del siglo veintiuno.


La sombra soy yo encadenado, anclado

al cómodo universo de un desayuno alegre,

de una elección cuyo límite es un círculo

de pequeño radio, bien fortificado.


Sombras de uno que se expanden,

desoyen la prudencia burguesa provinciana,

desordenan, o arrebatadas se encumbran

en lo alto de un campanario mirífico.


Tu sombra es tu proyección, sin volumen,

sin color, un ideal que se superpone

a otras sombras, las abraza o las engulle,

deformada por un movimiento libérrimo.


Un coro seráfico domina tu sueño,

amalgama de imágenes de adquirida consciencia,

envés de la cara oculta de la luna, sombra,

mare Imbrium, mare Serenitatis.


Luz necesaria para el contraste sombrío,

contrapunto de la felicidad, verso libre,

el hielo de belleza fractal recibe tu ánima

la absorbe y captura, te libera definitivamente.


Desde tu sombra podrás, fénix redivivo,

reedificar tu templo, la fortaleza de tu espíritu,

tu voz se elevará castigadora sobre débiles

argumentos, triunfo, honor y gloria carnal.


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Poema 19: Tañen las campanas

Tañen las campanas    IMG_20150104_235452

Tañen las campanas al unísono

en el centro de la ciudad.

Diríase que coadyuvan con el sol

el año nuevo y la luna esplendorosa

en el lustre y la alegría

de quien busca un regalo.


Aún suenan en mi cabeza las notas

tarareadas de la Guía Orquestal de Britten

(The Young Person’s Guide to the Orchestra).


En la espalda de un ídolo, ignorante de serlo,

con mucho oficio, ajeno a su poder,

repta una conciencia limitada, una idea

copiada con apremio, el ritmo del repicar sincrónico:

uno lleva los faldones de su abrigo

abriendo el camino de toda su cohorte

de inútiles aprendizajes, palabras, ideas,

un ser extenso invisible e incógnito.


Un programa, una suma de instrumentos

recrea la melodía de fondo, un escenario

de paredes decrépitas de ladrillo, fealdad urbana,

una cierta pomposidad enlaza la palabra

con el acorde fundamental en un ángulo

recto sobre el que los bombarderos

pudieron sembrar el pánico y la incertidumbre.


Las campanas centenarias hacen el trabajo

sucio, limpian la conciencia, el saber extremo,

igualan la beatitud huraña y cicatera,

con el pomposo vuelo del saber magnético,

enderezan el solar recreación del pánico

para transformarlo en una plaza pública

de palomas carroñeras y niños espléndidos,

futuros intérpretes de voz y armonía de guerra.


Aún suenan en mi cabeza las notas

tarareadas de la Guía Orquestal de Britten

(The Young Person’s Guide to the Orchestra).


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